Horacio Larumbe. Confesiones para piano y voz


por Juan Andrade. (Revista 3 puntos, nro. 249, Buenos Aires, 04/Abril/2002)

Tocó con todos, desde Sandro hasta Chick Corea, y aunque sigue en actividad, ahora debe postergar su verdadera pasión: el jazz. Partenaire de lujo de la cantante María Volonté, recuerda los días en los que ganaba más que un gerente y hacía bailar a los bacanes con un encendedor musical.

Horacio Larumbe acaba de finalizar un nuevo ensayo con la orquesta de jazz que depende de la Secretaría de Cultura de la Nación. Se lo ve algo fatigado, aunque de buen humor. Apenas se acomoda en una de las mesas del bar en el que transcurre la entrevista, pide un Campari con soda, y cuando el trago llega a sus manos se dispone a resumir su presente laboral con voz aguardentosa, matizada con la elegancia despreocupada de un bon vivant: “Estoy trabajando con la orquesta y también con María Volonté. Los viernes a la noche hacemos un repertorio de canciones latinoamericanas en el bar Clásica y Moderna. Además, estamos preparando un disco de piano y voz. Son tangos, pero no algo reo sino más bien elaboradito, tranquilo. Pero lo principal de mi actividad, que es el jazz, no lo estoy haciendo. No estoy tocando”.

- ¿Porqué?

Porque está muy feo, muy jodido todo. En los boliches, la mayoría toca a porcentaje. Tienen que pagar el sonido y el aviso en el diario, y después se llevan 15 ó 20 pesos. Eso ya lo hice de pibe, ¿entendés? Entonces, cada vez que me veas tocando por allí, es porque me están pagando.
El pianista —para algunos, el mejor de la escena jazzera vernácula— le da un nuevo sorbo al lí¬quido rojizo de su vaso antes de sumergirse en los recuerdos, que contrastan con estos días aciagos. “Estudié piano en Lincoln. Después empecé a perder la vista: a los 7 años ya no veía más. Cuando nos vinimos con mi familia a Bue¬nos Aires, entré en una escuela para ciegos. Ahí volví a estudiar piano, pero ya en Braille. A los 15 años tocaba en los barrios, con grupos berretas, ¿viste? Eran bailes en los que había una orquesta de chamamé, una de tango y otra que decía que era de jazz. Hasta que empecé en lugares mejores, con mejores músicos.” En ese pasaje desde la periferia hacia el centro, una noche tuvo lugar un acontecimiento que Larumbe guarda en un recoveco especial de su memoria. Hacia 1959 había un lugar, el Bop Club, por el que desfilaban las celebridades del jazz de la época. Para un músico joven, subir a su escenario equivalía a alcanzar una especie de meca, y él lo consiguió: “Un baterista y un bajista me invitaron a tocar con ellos. Estaba a punto de perder el sentido, caminaba por las paredes.  Era la primera vez que tocaba en serio. No me acuerdo cómo fue el recital, creo que salió bien”.

- ¿Cómo era el trabajo de un músico profesional?

Se tocaba todos los días. En el Bajo (*) había lindos boliches, en seis o siete cuadras se juntaban como 80. Ahí tocaba todo el mundo. De ésos pasé a otros más de onda, como el Bossa Nova. Iba la alta sociedad porteña, el portero se encargaba de la selección: si no tenías dos o tres apellidos no entrabas. En aquel tiempo, el año 61, cobraba unos 15 mil mangos por mes. Y un gerente de banco ganaba 10 lucas (**). Había tres quintetos para un boliche de veinte mesas. Tocábamos para que bailaran, entonces la costumbre era que cuando terminábamos nuestra media hora, en la mitad del tema yo me levantaba y se sentaba el pianista del quinteto siguiente: cambiábamos de orquesta sin parar, ni se notaba. Una noche miré la hora y faltaban tres minutos.”Candilejas, el último tema”, anuncié. Empecé a tocar y cuando llegaba el momento del saxo le dije: “Bajáte, que no suba el otro”. Lo mismo al trompetista, al bajista y al baterista. Y cuando me quedé solo les pedí un encendedor con una cajita de música que tocaba Candilejas. Lo prendí, lo pu¬se arriba del piano con el micrófono y me bajé. Y los bacanes de más guita de Argentina se quedaron bailando con un encendedor. Nosotros, te imaginás, nos cagábamos de risa a un costado del escenario…

- ¿Y en el tiempo libre qué hacían?

Tocábamos cosas extrañas, experimentales. Nos juntábamos en la casa de Jorge Calandrelli (****). Allí Había tres pianistas, pero ninguno tocaba el piano: Calandrelli tocaba la guitarra, Fernando Gelbard (el hijo de José Ber, el ministro de Perón) la flauta y yo el clarinete. Los días de semana a la madrugada en los lagos de Palermo no había nadie. Íbamos en el auto de Fernando y nos tirábamos en el pasto a tocar. Una vez nos agarró la lluvia y nos metimos todos de vuelta en el auto. Fernando tocaba la flauta y manejaba con los codos. Había algunos tirados en el suelo, tocando. Éramos como siete. ¿Sabés qué pasaba? Teníamos guita, laburábamos bien. Entonces podíamos hacer cualquier cosa: acostarnos a las 11 de la mañana o irnos a remar al Tigre, a joder en el barro. Después volvíamos y a la noche laburábamos sin dormir. Teníamos 20 años. Será por eso que ahora no puedo caminar…
En 1964 armaron (***)un grupo de música bailable y se lanzaron a la aventura con la excusa de conocer el Viejo Continente. Llegaron a Suecia, y al principio no les fue nada bien. Pero finalmente levantaron cabeza y consiguieron que los nórdicos se movieran con los ritmos latinos. “A los dos años me abrí y empecé a tocar en un club de jazz de Estocolmo, el Artist Club. Era un club exclusivo para pintores, actores, escritores y músicos. Formamos un grupo con el norteamericano Albert Heath, hermano del bajista, Percy. Él tocaba la batería, yo el órgano y había otros dos músicos suecos. Los viernes y los sábados acompañábamos a los solistas de la orquesta de gente como Count Basie o Duke Ellington. Después viajé por Suecia con un trío, hasta que a fines del 69 me volví.”

- ¿Cómo encontró el panorama?

Todavía era razonable, porque éste todavía era un país. Había cambiado el tipo de trabajo: antes había muchos night clubs; cuando volví quedaban algunos café-concert, pero habían empezado los shows de gente como Sandro, que hacían seis o siete por noche. Toqué en los discos de todos los cantantes famosos, pero en vivo no. Grababa todos los días, y a la noche tocaba en un par de boliches. Era divertido, qué querés que te diga… Después vino la muerte del disco.

- ¿Cuándo?

En los 80 empezó la mishiadura (*****). Las empresas grandes (Columbia, Victor, Odeón) empezaron a irse del país. Se producía indepen¬dientemente, pero como habían vendido hasta los estudios, había que alquilarlos. Así se pudrió todo.

- ¿Alguna vez grabó algo que le disgustara?

Hubo de todo. Pero nunca hice notar que algo no me gustaba, porque la guita que ganaba con eso me permitía hacer lo que quería: tocar jazz ganando poco, por ejemplo.

- ¿Igual no rechazaría ninguna propuesta?

Y bueno, sí… No haría cumbia. Eso sería demasiado, al menos para mí. No critico a los que lo hacen, es como el tomate: a mino me gusta, se lo dejo todo para los demás.
Como en los mejores tiempos de la fenecida convertibilidad, entre 1977 y 1982 una oleada de ilustres exponentes del jazz foráneo llegó a estas costas, y entre los visitantes comenzó a circular el nombre de Jazz & Pop, donde las jam sessions compartidas con sus colegas locales se convirtieron en una costumbre. Así fue que Larumbe, un habitué de la casa, se encontró tocando nada menos que con Chick Corea. “Tengo una foto con él y una grabación de esa noche. Estaba lleno, parecía el 60 a las 5 de la mañana: todos parados y apretados.” Además de su bien ganada fama internacional, Jazz & Pop pronto se convirtió en uno de los focos de resistencia cultural a la dictadura. “Durante la represión, todo aquello que tenía un tinte de ‘artístico’ era perseguido. Los tipos desconfiaban de todo, pero no entendían nada. Caían razzias y se llevaban medio boliche. Prendían todas las luces, te cacheaban, te cagaban a patadas. En esas condiciones se laburaba como se podía. No me va a alcanzar la vida para avergonzarme de haber nacido en un lugar en el que pasaban esas cosas, y donde ahora están pasando otras que no son menos vergonzosas. No hay laburo, está todo el mundo desesperado. Cada mañana, cada tarde y cada noche son más duras. Ésta es una etapa, en su momento tendrá que cambiar. Pero hay pibes que han estudiado, que tocan bien y que se tienen que mandar a mudar. Eso me da mucha angustia.”

Las teclas de la vida
- Nació en 1939 en Lincoln, provincia de Buenos Aires.
- A los 5 años comenzó a estudiar piano clásico con una profesora particular
- Además de piano, Larumbe toca el clarinete. Y hasta los 19 años integró una banda sinfónica de no videntes tocando este último instrumento.
- Desde hace varias temporadas lidera un trío de jazz que completan Jorge Negro González en bajo y Roberto Junior Cesari en batería.
- La amistad que lo une con Horacio Salgán se traduce en una mutua admiración. “Alguna vez se va a reconocer la importancia de Salgán en la música argentina”.
Larumbe murió el 28 de septiembre de 2003.

(*) La calle 25 de Mayo entre Viamonte y Lavalle donde habia muchos boliches (bares) con musica, marineros borrachos y "coperas" (mujeres que conversaban y tocaban (al cliente) a cambio de tragos falsificados y caros...

(**) Una "luca" igual a mil pesos de la epoca.

(***) con otros musicos

(****) La mansion de la familia Calandrelli en la calle Paraguay 636

(*****) "Mishiadura" = crisis economica




Junior Cesari, Jorge "El Negro" Gonzalez y Horacio  Larumbed text.